FEDERICO LATORRE ORMACHEA O LA ARDUA LABOR DE PUBLICAR UN LIBRO EN APURÍMAC
Miguel Tapia Salas
Federico Latorre Ormachea es uno de los escritores más importantes de Apurímac. Sus amigos lo recuerdan con su maletín negro del que salían libros prontos a venderse. “Se paraba en el banco de la Nación, frente a la plaza de armas, en el día de pago de los profesores, y ahí, a sus colegas, mientras hacían su cola, les dejaba su última novela”, recuerda Alejandro Medina Bustinza. Su obra, en tanto poeta y narrador, es conocida por todos –o casi– en Apurímac. Y en los libreros abanquinos siempre hay un libro suyo, la mayoría firmados, y por lo tanto queridos, pues los vendía el mismo, caminando por la ciudad. Sin embargo, es necesario reconocer también el gigantesco esfuerzo que representa ser un promotor, gestor, difusor literario en nuestra región que, en sus tiempos y aún en el nuestro, carece de industria editorial o tan siquiera librerías que vendan algo más que textos escolares piratas. Aunque debemos reconocer que aquellos abocados a lo cultural somos más ahora y lo tenemos más fácil por las posibilidades de la internet y las nuevas tecnologías que facilitan la edición. Sus primeros libros mecanografiados tuvieron en él una editorial de un solo hombre. Que el proceso de tipeo, corrección, edición, diagramación, maquetación, impresión, y todo lo necesario para llevar la idea al papel, lo hizo Federico, e incluso después, la venta, publicación, difusión. Un trabajo pesado, gigante, que cargo en sus hombros hasta sus últimos días, a los setenta años. Claro, el apoyo amical y familiar estuvo ahí, pero el centralismo de la escena, por la que incluso el depósito de un libro en la Biblioteca Nacional se debe hacer en Lima, dificulta el trabajo. Federico nació en Abancay un 12 de diciembre de 1940. Realizó sus estudios en el Colegio Nacional “Miguel Grau” de Abancay y, siendo escolar, comienza a ganar sus primeros premios, evidenciando su inclinación artística. Posteriormente, sería jurado en esos concursos mucho tiempo, premiando y aconsejando a nuevas generaciones. Lo recuerdo comentando con cariño las obras ganadoras y motivándonos a los entonces escolares que participábamos en dichos eventos; y, como no, vendiendo sus libros. Lo recuerda también mi padre –alumno suyo en el colegio César Vallejo–, impulsándolo a escribir y leer para seguir escribiendo, además de seguir bregando con la venta de sus libros. Y es que la venta de los libros era algo en que ponía mucho empeño, y lo hacía bien, como pocos. Alejandro Medina, Hernán Hurtado, Paul Valenzuela, amigos suyos, nuestros, escritores, profesores, acaban regalando sus libros, fiando y olvidando, lo que a la larga no permite que la publicación se mantenga, porque publicar cuesta, y si no se recupera al menos lo invertido, tarde o temprano se deja de publicar o se hace heroicamente, sacrificando otros gastos, lo que no es sano para la escena literaria. Alejandro Medina cuenta una anécdota en la que iban caminando en Lima, y en una de esas calles donde abundan las trabajadoras sexuales, uno de esos días en la que andaban escasos de dinero (triste realidad del escritor), Federico se acercó a una de estas muchachas y después de conversar un largo rato con ella volvió sonriendo. “Ya tenemos para el taxi Alejandro, ella tiene hijos en edad escolar y le vendí dos libros”. Convencía incluso a las rocas. Apoyó y motivó a grupos de teatro, poesía y narrativa, como gestor cultural fue incansable. Esa su energía, en medio del abandono institucional y la poca o nula actividad artística de las instituciones responsables, cuanta falta nos hace. Existen grupos e iniciativas luchando, pero hace falta el espíritu comercial que mantiene vivo al artista incapaz de vivir del éter. Federico falleció el 7 de octubre del 2013; sin embargo, dejó una amplísima producción literaria que, 8 años después, se sigue publicando. El año pasado, con presencia de amigos, compañeros y alumnos, salió a la luz (gracias al esfuerzo de su familia) una novela inédita. Transcurrido el tiempo, su obra sigue evidenciando a uno de los escritores que más ha influenciado a las generaciones actuales, patriarca de las letras apurimeñas. ¡Cuánta falta haces en esta tu tierra, Federico, compañero y amigo, maestro y amigo! Para tener en cuenta Ya a modo informativo, para quienes gustan del dato y, sobre todo, a los escolares que alguna vez quieran hacer su tarea (guarden las ediciones del viernes, que de literatura apurimeña se ha publicado poco). Las obras de Federico, el escritor inquieto que, a pesar de la ardua labor de publicar, ha publicado mucho. 1. Félix y Tío Baltazar. Edición del autor en texto mimeografiado. Abancay. 1987. 2. Canto a mi tierra. Poesías. Abancay. 1987. 3. La invasión de langostas en Abancay. En “Apurímac”. Revista de Actualidad, Debate y Desarrollo Regional. Año 1, N° 3, p. 20, julioagosto–septiembre. 4. La reina y el ángel. Narraciones peruanas. Texto mimeografiado. Abancay. 1989 5. El niño lunarejo. 2da. Edición. Imprenta: Meridian Multi Service. Abancay. 1993 6. El libro de Marianito Huillca. Poesía. Ediciones Kotosh EIR Ltda. Abancay. 1994 7. Micaela, los niños y jóvenes avanzan. Lecturas selectas. Poesía apurimeña. Editorial Universitaria. Abancay. 1997. 8. Lecturas apurimeñas. Edición del autor. Abancay. 2000. 9. Leyendas de oro de Apurímac. Editorial San Marcos, Lima. 2001. 10. Leyendas del Dios Hablador. Editorial San Marcos. Lima. 2002. 11. Los pequeños viajeros: lectura, análisis e interpretación. 2da. Edición. 2da. Grupo Editorial Arteidea. Lima. 2004. 12. Narraciones apurimeñas. 2da. Edición. Grupo Editorial Arteidea. Lima. 2005. 13. Dios, el gran poeta. Poetas representativos de Apurímac. Arteidea Editores. Lima. 2006. 14. Ángel Salvador. Edición. Grupo Editorial Arteidea. Lima. 2007. 15. Ángel Salvador. Temática Editores Generales. Abancay. 2010.