728 x 90

Los pajaritos de la pandemia
Publicación: lunes, 13 de diciembre de 2021

img
Los pajaritos de la pandemia

Los pajaritos de la pandemia

Allin qarikuna, sumaq warmikuna, imaynallan kashankichis:

Bueno es ser bueno con los hombres y entre los hombres. Y bueno es también ser bueno con los animales, las plantas… O sea, esa soñada y aún no alcanzada buena convivencia hombre-naturaleza. La pandemia nos redujo a la mínima expresión existencial. Miedo. Muerte. Llanto. Aislamiento. Soledad… Nuestras vidas cambiaron, definitivamente, para siempre. “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos” (Neruda, Poema 20). Hemos llorado mucho, hemos reído poco. “¡He vivido poco! ¡Me he cansado mucho!” (Chocano, Nostalgia). Se nos fueron tantos seres queridos, amigos, conocidos… Y de muchos de ellos, ni siquiera pudimos despedirnos menos acompañarlos a su última morada. Cuántas lágrimas de dolor rodaron y ruedan por las mejillas del corazón. Y si estamos todavía con los pies sobre la tierra, quizá es nuestra última oportunidad. ¡Para qué ser malos si podemos ser buenos! ¿Por qué hacer daño al semejante? ¿Con qué alma robar, mentir, corruptear, traicionar a la patria, engañarse a sí mismos…? En medio de las peripecias por adecuarme a la enseñanza virtual con mis alumnos, y el enclaustramiento obligatorio en mi estudio, con casi nula salida a la ciudad y al campo, hice amistad con unos pajarillos errantes que aliviaron mi vida en el retiro no programado. Les puse alpiste en un rinconcito del patio interior, y ellos fueron mis invitados de honor. Cada día, a ponerles su alimento en un pequeño recipiente más su agüita en otro similar. Y aprendieron a ser puntuales: desayuno, almuerzo y comida. Siete de la mañana, mediodía y cinco de la tarde. Con esos piquitos tan delicados pelaban el alpiste amontonando las cascaritas a un lado. Qué ordenaditos. Pero estos lindos volanderos, sin estudios profundos de socialismo y capitalismo, mostraron tener clara idea de la “propiedad privada”. No permitían que otros pajarillos intrusos vengan a comer lo que ellos consideraban suyo, por derecho de descubrimiento y puesta de pico; y los expulsaban a picotazos por los aires. ¿Y cómo compensaban estas avecillas mi hermogeniana y cristiana bondad? Haciéndonos despertar a las cinco en punto de la mañana. Cada día, a la misma hora. Un reloj natural. Entonces yo despertaba alegremente al saludo pajaril, a conectarme con la Naturaleza. Y sus cantarcillos eran mi dulce compañía en la nostalgia y la esperanza. Se familiarizaron bastante con nosotros, que muchas veces he leído a mis autores preferidos o escrito mis Décimas queridas con ellos canturreando, cerquita, su conocido “pichiu chau–pichiu chau”. Y la jaulita donde habíamos pensado encarcelarlos, son ahora solo un saludo a la libertad, fruto de mis lecturas, repensares y convicciones. Se les asignó un presupuesto mensual sin debate congresal ni observación ejecutiva. Un satisfactorio otorgamiento como contrapartida a las maravillas que nos obsequió la creación, en forma tan gratuita que es casi nada lo que hagamos por ella, comenzando mínimamente por su respeto y conservación. A alguno de mis pajarraquitos se lo comió el gato techero, seguramente luego de paciente estudio de los movimientos y horarios del volanderito. A raíz de esa caza artera, mis relaciones diplomáticas con los “Michicos” se ha resquebrajado. En esta Navidad espero ver junta a esta familia de pichinquitos, cantando en coro al niño Jesús por haber venido al mundo a enseñarnos humildad y servicio. Y si Gabriela Mistral me preguntase, como en “El placer de servir: ¿Serviste hoy? ¿Al árbol? ¿A tu amigo? ¿A tu madre?”, yo contestaríale diciendo: “Serví, durante la pandemia, dando comida a los pajaritos”. Gracias amigos, nos reencontramos en Ágora Magna. Tupananchiskama. 

Hermógenes Rojas Sullca

  • img
    Chaski
    EDITOR