La luna de mi pueblo
Padre Santos Doroteo Borda López
También en mi pequeña llaqta, cuando declinaba el sol y la claridad daba paso a la oscuridad, los cerros, como el majestuoso Qorawiri, el Solimana y las cumbres de Cruzqasa, iban desapareciendo, como si un pintor invisible los fuera borrando de su bloc de diseños. Entonces venía la noche cerrada. En tiempos de lluvias, las neblinas subían desde Pumachaka cubriéndolo todo de blanco: Huancarama, Aqo, Mateqlla, Pampawra… Enseguida, la blanca oscuridad daba paso a noches oscuras. Unas veces, las tormentas eléctricas hacían estruendos con intensos chaparrones, con espesas lluvias o simplemente con el ipu-para (llovizna). En los tiempos de estiaje, en cambio, al irse el sol, la límpida atmósfera de azul intenso se adornada de arreboles, para luego teñirse de negro. En ese trasfondo, las estrellas se encendían lentamente y despertaba la vida nocturna. Los qesqentos (cigarras) venían a cantar su ruidosa monotonía. Los niños los capturábamos y entonces callaban; pero al dejarlos libres, qesqesqes…, desaparecían sin dejar de canturrear en la oscuridad. También los pinchinkuros (luciérnagas) encendían sus diminutas linternas y serpenteaban mágicamente en la oscuridad; por su lado, los furtivos laulichas (mariposas nocturnas) venían a robarnos la luz de los mecheros, pero era frecuente que acabaran mal en su incursión, pues o se quemaban vivos o eran aplastados en el suelo. También la killa mama (la madre luna) se asomaba por encima del Solimana brillando su plateada luz en el paisaje. Los cerros lucían sus siluetas, los árboles se meneaban mansamente y la tullpas (fogones) emitían blancas humaredas, aumentando la intensidad del momento. La clara luna invitaba a salir, pero proyectaba tu sombra, como si se tratara de tu otro yo, un yo negro que te seguía por todas partes… Así salías a jugar al paka-paka, al fulbito o simplemente te echabas boca arriba contemplando la vía láctea y sus miles de estrellitas. “El sol es mi padre, la luna es mi madre y las estrellitas son mis hermanitas”, era la tonada del alma. También los perros salían a correr. Unos jugaban, otros peleaban y, alguno que otro, aullaba desconsolado dejando sus ecos por la redonda. Durante el día, otros seres salían a buscar vida: vacas, chanchos, caballos, gallinas… También los loros incursionaban a robarnos los choclos; pichkalas, tuyas y jilgueros buscaban objetivos en ciega sumisión a sus instintos y necesidades primarias. Si había diferencias —por ejemplo, quitarse los alimentos— lo arreglaban a cornadas, picotazos o mordiscos. Entre las bestias, dominaba el más fuerte según sus inevitables instintos. Así de sencillo. También los runas (humanos) buscamos objetivos, pero lo hacemos mediante nuestro comportamiento. Sólo nosotros podemos elegir entre actuar o no actuar, obrar de esta manera o de otra manera; sólo nosotros podemos decir: “te amo”, “te odio”; “me encantas” o “te odio hasta la muerte” … Sólo los humanos podemos planificar, albergar intenciones rectas o torcidas; tirar la piedra y esconder la mano; sólo nosotros podemos sufrir por amor, por fama, por dinero, poder… En el fondo, buscamos la felicidad, pero la queremos alcanzar a toda costa, sin pensar bien, fácil y torpemente, siguiendo nuestros ciegos instintos. Asimismo, nos descuidamos a menudo y vamos preocupados, con cara de velocidad y el ceño fruncido. Aunque no quisiéramos que nos pase, dolor y placer, sonrisas y lágrimas, cariño e irritabilidad, condicionan nuestro día a día… Pero los humanos no estamos condenados a la ciega sumisión a nuestras necesidades básicas, los animales sí. A pesar de sus yerros y limitaciones, el ser humano es una gran posibilidad de realizaciones, hasta lograr la excelencia. Finalmente, sólo el ser humano puede cambiar — para bien o para mal—, actuando con libertad inteligente y optimizar su conducta. Y, por ser cristiano, puede lograr una intensa vida interior, que da valor y significado a su paso por la tierra. En efecto, la gracia de Dios —obtenida en la oración y en los Sacramentos— es el valor agregado más excelente del somos capaces. En ese sucederse de los días y las noches, una cierta melancolía se apoderaba de tu corazón y te preguntabas admirado por el misterio de la vida, de por qué estás en este mundo... ¡La luna de mi pueblo, la luna de mi infancia en el negro firmamento!, —igual que los animales: qesqentos, pinchinkuros, lawlichas, vacas y ovejas— cumple fielmente con sus objetivos; en cambio, yo me he equivocado tantas veces… La killa mama es grande, imponente, hermosa...