APUNTES SOBRE LA PRIMERA NOVELA DE ALEJANDRO MEDINA BUSTINZA
Paul A. Valenzuela Trujillo
Mucho se ha hablado y discutido sobre la “universalidad” de una novela o de una obra literaria en general; sobre todo en estas últimas décadas, donde algunos escritores muy bien tratados por la crítica canónica, con aires de petulancia y una evidente miopía, pretenden deslegitimar y censurar al mismo tiempo, cualquier otro discurso narrativo que no se ajuste a su concepción ideo-estética. Prueba de ello fue el tan publicitado altercado, riña o pelea de callejón que sostuvieron en España algunos de los más reconocidos escritores nacionales al participar en el Primer Encuentro de Narradores Peruanos (2005), un evento que pretendía dar cuenta de lo que se viene cocinando literariamente en estas latitudes y altitudes. Más allá de las polémicas generadas entre unos y otros, y de la peculiar denominación para los dos bandos enfrentados (criollos vs. andinos), lo que uno puede rescatar de tan simpática anécdota es que el escritor, artista, creador o como se le quiera llamar, debe contar con la más absoluta libertad (aunque suene hiperbólico) al momento de producir su obra, despojándose por completo de reduccionismos baratos que conviertan su trabajo en un esquema cerrado, propio de las dictaduras letradas. El escritor es, antes que nada, un ser humano; es decir, un individuo sensible, imaginativo y profundamente político. Ninguna de estas características puede estar al margen de su obra, aunque muchos se esfuercen en negarlo. Lo que ocurre es que en algunos ese deseo de asumir una postura, de definirse socioculturalmente, con una visión y un propósito es mucho más notorio. Este es el caso del poeta y narrador apurimeño Alejandro Medina Bustinza (Apurunku), cuya producción literaria, tanto en verso como en prosa, asume el reto de interiorizar en el imaginario colectivo de su pueblo, convirtiéndose en un legítimo intérprete de sus aspiraciones y frustraciones, sin descuidar los aspectos técnico-formales de la escritura, tan importantes como el contenido expresado en la misma. Killinchus, pateadores de precipicios (2018) es la primera novela del mencionado autor, y con en ella, el inagotable caudal de voces de nuestra narrativa contemporánea sigue fluyendo, acercando cada vez más su cauce a la conflictiva y contradictoria realidad nacional, especialmente en el seno de las comunidades altoandinas, escenario de situaciones y personajes sorprendentes que logran, en muchos casos, superar la ficción. La proximidad de Alejandro al universo andino viene de cuna, es por eso que en sus libros cada uno de los elementos de este entorno geográfico y cultural se haya genuinamente expresado con giros, modulaciones y tonalidades discursivas de evidente sustrato quechua, otorgándole a la escritura del texto una riqueza lingüística comparable a las obras de escritores peruanos como José María Arguedas, Edgardo Rivera Martínez, Nilo Tomaylla, entre otros. Precisamente, el manejo del lenguaje es un aspecto muy destacado en esta novela, ya que como señala acertadamente Fredy Roncalla en el prólogo del libro: “El idioma es casi un personaje del relato, donde actos y desarrollos narrativos son presentados con una serie de modificadores del núcleo verbal discursivo, que reflejan la sintáctica y la morfología aglutinante del quechua”. Qué difícil debe ser para un escritor aproximarse a una determinada realidad; auscultarla, tomar consciencia de ella, tratando de resaltar sus aspectos más representativos, con el propósito de hacer más verosímil la historia, sin olvidar que solo hacemos literatura y no un estudio histórico o antropológico. No se malinterprete la idea, no intento desacreditar al oficio de la palabra bien escrita, lo que busco es separar una cosa de la otra, ya que sigo pensando que la contundencia en el arte se encuentra en la capacidad imaginativa del autor, en esa facultad para recrear simbólicamente distintas atmósferas o contextos, tanto íntimos como colectivos. Para mayores detalles, la lectura de esta obra es un ejercicio lingüístico, donde el lector puede familiarizarse con los distintos matices expresivos del español, principalmente aquellos articulados en nuestra región andina, donde las lenguas indígenas, en este caso específico el quechua, aportan elementos propios de la cosmovisión de los diferentes pueblos originarios. Una historia como Killinchus… no podía ser contada de otra manera, como tampoco se pueden contar los relatos de Juan Rulfo o los de Antonio Gálvez Ronceros, sin hacer hincapié en los registros conversacionales de sus personajes. Este aspecto debe ser remarcado enfáticamente, ya que constituye un logro narrativo, al permitirnos acceder con mucho colorido y fluidez a la psicología del hombre del campo, a su manera de sentir y entender el mundo, a su vínculo estrecho con la naturaleza y su comunidad, marcas imborrables y perennes a pesar de tantos siglos de opresión, calumnias y olvido. Por otro lado, debo confesar mi eterno agradecimiento al autor por permitirme conocer a un personaje como Mama Anki, quien me regaló fragmentos de dulzura y sapiencia popular: “Todo sentimiento tiene origen, el agua no viene por gusto, nace desde las entrañas de la tierra para darnos vida. Es la sangre de Pachamama. Debemos respetar todo acuerdo, cultivar con la semilla de los careos de ambos lados y juntaditos. Entre lo que sabemos y lo que no sabemos. El trabajo honrado, consciente y la buena semilla en el vientre de la tierra, nos producirá la vida. Procuremos actuar en todo momento con respeto, trato justo a las plantas, piedras, a las alturas. A los ríos, caminos, al viento, a los animales. Ellos también viven y están pendientes de nuestras acciones”. Otro aspecto que debe remarcarse es el relacionado al componente moral de la novela, que incide definitivamente en la valoración o juicio crítico que uno pueda llegar a formarse, aunque es necesario mencionar que las virtudes de un texto literario van más allá de su propuesta ideológica. Sin embargo, todo buen escritor comprende que su trabajo no está muy lejos de convertirse en un tratado de moralidad. Al respecto, la obra no hace reparos en describir minuciosamente la filosofía de vida (Allin kawsay) de los comuneros andinos desde los ojos bien despiertos de un niño que busca integrarse a su colectividad, a pesar de algunas actitudes discriminatorias de gente prejuiciosa y alienada que nunca falta en cualquier sitio. Es así que personajes como Felipe Argamonte, Federico Oznerol (profesor de la escuela de Tiaparo), Hectorino Tamayo, Nicolás Sánchez y hasta la propia abuela del protagonista, Angélica Huillca, se ocupan de fortalecer los lazos de hermandad, pertenencia y espiritualidad entre todos los maqtillos del pueblo, no solo con palabras, sino también con actividades propias de las faenas del campo. Basta con citar los oportunos consejos del machu Nicu, quien se ve obligado a reposar en su cama, presintiendo los futuros males que aquejarán a la comunidad debido a la expropiación de las tierras por parte de las empresas mineras: “En allá abajo, a los buenos hijos de la tierra, cuando se los llevan desde aquí, los enseñan a odiar. Con machetes y mentiras los hacen enfrentar entre hermanos. Por eso Pachamama está sangrando desde su vientre de mama sara y tayta qewñal. Ustedes no se dejarán convertir en halaywas, ustedes crecerán como buenos y despiertos maqtazos. Jamás olviden, ustedes han nacido con los kamaretazos de sus aguas del Atun Paqcha. Mañana les corresponderá entonar carnavales en los sembríos esperanzadores. Con vuestros cantos danzarán los picaflores”. El conflicto moral que atormenta al personaje del niño Aliku, debido a la pelea pactada con uno de sus paisanos, es una clara respuesta de su formación ética, bajo los preceptos de la cultura andina; es por eso que antes de participar de la contienda, busca tranquilizar su conciencia apoyándose en la palabra de una persona mayor o en la fuerza telúrica de alguna entidad sagrada. Con todos estos ingredientes, como lo señala el investigador Julio Noriega, la reciente narrativa peruana de raíz quechua goza de muy buena salud y muy buen sabor. En ese sentido, solo me queda reconocer cada uno de los logros de esta primera novela, ponderando, al mismo tiempo, la firme defensa que hace el autor de sus valores andinos: ¡MANAN YAWARNINCHIS TUKUKUNQACHU!